sin tregua

En el juego de la oca de este año del tatuaje he tirado los dados y zas de la casilla del hospital a la casilla de la playa.

En unos diítas -5 para ser exacta- estaré paseando por Fuerteventura, con gran alegría para mis manos congeladas y qué voy a contar de lo de la nieve y los pies.

Nos vamos los tres, con muchas ganas. A ellos les encanta saltarse el cole y el avión. A mí la temperatura y estar por fin juntos, después de todos estos días de ratitos.

Nunca he estado en Fuerteventura y ando aún decidiendo si merece la pena alquilar un coche y dar alguna vuelta por la isla o si para un fin de semana nos conviene más un plan tranquilo de jugar en la playa, respirar iones negativos y ya.

Por una parte me gusta curiosear, saber dónde estoy, perderme y cosas así. Recorrer un sitio que no conocemos es molón. Por otra, la sola idea de la nada a veinte grados me entusiasma bastante.

Soy un mar de dudas, para variar. Aunque preveo, aún camino despacillo, la imposición del por qué no adorable plan b.

Como el lunes vuelvo a la carga laboral, ando estos días organizando las ropas para el viaje. No espero toneladas de sol, así que abundarán los tres cuartos pero -porque me hace ilusión en esta mañana romanticosa de lluvia- echaré una mirada a los bikinis y total, como abultan tan poco, los dejaré caer en la maleta porque todo puede pasar y yo soy muy valiente con el mar. 

También tendré que elegir el libro que me llevo para no leer (un libro en un fin de semana de playa y aviones con pins es utopía pura) y el cuaderno y el boli que me llevo para no escribir.

...

Y ya a la vuelta, con más fuerza y las pilas extrarecargadas por la primavera, me dedicaré al barullo rutinario de la vida de concejal de pueblo soltera con dos hijos y estrés.

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