cuántas cosas

Desde la última vez que paseé por aquí han pasado muchas cosas, casi todas en un ambiente distendido y afortunadamente veraniego.

Así sin ir más lejos, casé a meteorólogo al más puro estilo Lucía -esto es, asombrando al personal con un discurso inicial (luego ya limité mis intervenciones, ofcors) absurdo y trabalenguas. Hay quien sigue intentando descifrar el sentido de mis palabras. 

También he tenido ocasión de disfrutar de la feria con los pins con esa alegría ruidosa eslaúltimamontadaquemevaisaarruinaaaaarrrgghhhhh, de bailar hasta el fin del mundo en un concierto de Alejo Stivel -ex tequila, vamos a bailar un rock&roll a la plaza del pueblo- y de por fin, poner rumbo a una semana de playa en Almería.

Se me olvidaba. En esas fechas revueltas de primeros de agosto me reencontré con una persona a la que quiero un montón y que desde hace años se defiende por las alemanias. Me encantó el ratito en casa. Mola.

Siguiendo el hilo... en Almería, requete. Un gusto la compañía, la playa del cabo de gata, el gazpacho, el agua transparente, nadar hasta la boya, coger piedras, los días con los pins, las fotos del pasado, la cocina musical, leer en la terraza. Un gusto todo, la verdad. Y -buuuuuuuu- corto.

Vuelta del mar y días en casa con pins. Cine, paseos, descanso, hacer magdalenas y tartas y celebrar el cumple de mini. Hice gazpachito almeriense para la cena y -entre nosotros- menuda mierda el de bote.

El domingo comida con hermanos y cuñados (que qué alegría de cuñad@s, oyes, son pichis). Por cierto, tener dos hermanos con edades dispares y que se casen en el mismo mes no tiene perdón. Tengo la ilusión puesta en hermanopequeño, que de pequeño que es no sé si llegaré a su boda en condiciones de amortizar el vestido de princesa que usé en junio. Ains.

El domingo, además de la comida maternofraternalísima, recibí la buena noticia de que mi amigo A, de esa infancia que se resiste a abandonarnos y qué bien, ha tenido un bebé. Ya contaré lo precioso que es, porque pienso ir a verle esta semana. O la que viene.

Y poco más. Los juliolibros los contaré cuando encuentre el cuaderno en el que los voy apuntando. Creo recordar que fueron pocos, con los líos y tal. En cualquier caso, mi memoria de pez no me permite recordar sus títulos, así que habrá que esperar al deseado encuentro con el cuaderno.

En agosto he descubierto los libros electrónicos. Los he descubierto y de repente me han parecido un ideón. A mí, tan defensora del papel y tan reacia a las máquinas. Creo que ya me he leído tres, aunque sigo adorando los libros con devoción. Da igual las vueltas que le dé, mi ipad nunca olerá como lo hacen los libros. Nunca lo acariciaré como a un libro recién leído, mientras recuerdo y pienso y voy saliendo de la historia que me acaba de contar.

Y hoy he estado en el cine.

He visto La mejor oferta. Imprescindible. Si me queréis hacer caso, id a verla. La evolución del protagonista es antológica. Sólo la música (Enio Morricone) ya es fascinante. Es una película que conjuga intriga, sensibilidad, belleza... Una pequeña maravilla.

Cuenta la historia de un reconocidísimo y casi insensible experto en arte y propietario de una casa de subastas que recibe el encargo -de manos de una joven misteriosa- de tasar y vender las obras de arte que ha heredado de sus padres. La extraña relación con la mujer (que entre otras cosas no se deja ver mucho) le transforma y transforma su vida y sales del cine pensando y recordando y al cabo de unas horas sigues con la película en la cabeza. Es emotiva y es una peli de intriga y también de amor. Una peli de G. Tornatore que por lo menos a mí me ha regalado una gran tarde.

Volver al trabajo en agosto no deja de ser agradable. Todas estas tardes en blanco para llenar con pelis o museos o Madrid. Todas estas noches para escribir, leer y tomarse un buen algo helado.

Definitivamente estoy contenta.

Muy feliz semana.

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