la música del trueno y de la lluvia

Hoy he pasado una tarde deliciosa. La tarde de mis sueños. Llueve, qué digo llueve, tormentea. Los truenos son magníficos, la lluvia inesperada en el tragaluz y el cielo gris. Llueve, tormentea y he escogido un libro muy apropiado para el rato largo del té: "Té de manzanilla y otros poemas", de Katherine Mansfield.

And the white sails have melted into de sailing sky

Más música.

La tarde arrebatadora ha resultado el descanso perfecto para una mañana extraña. Hoy he vivido una paradoja que me ha hecho pensar en la frágil solidaridad en la que vivimos. Ante una solicitud amarga de donantes de sangre, he sido la única entre 30 ó 35 personas en acercarme e intentarlo, a pesar de saber que la sangre, justo, no es lo mío.

Si mi hemoglobina hubiera estado en niveles aceptables hubiera ayudado a otra persona. La gratitud infinita que he sentido cuando me han trasfundido me ha hecho ofrecerme, aún sabiendo que probablemente mi intención no iba a ser suficiente.

Ahora sé que ando de nuevo regu y ya me estoy preparando para una nueva tarde de agüjitas. Pero al grano. La persona que solicitaba donantes con urgencia ha ido preguntando una a una a las personas que me rodeaban y las que no miraban a otro lado, como si les estuvieran pidiendo limosna, se limitaban a decir no.

Cosas como ésta me resultan sorprendentes. Dar algo que tienes que puede salvar una vida o -como ocurre en mi caso- mejorarla bastante y mirar para otro lado o decir no porque no.

También he pensado que no puedo juzgar a esas personas por tomar una decisión libre sobre su cuerpo, pero aún no puedo dejar de pensar en la frialdad de sus miradas. En la soberbia de sus gestos de negación.

Quizá que yo sea consumidora de sangre me hace más vulnerable a estos gestos. No sé. Me he sentido mal y me apetecía contarlo.

El resto del día bien. Ir al médico para confirmar lo mío antes de pasarme por el castillo de Drácula y la fenomenal tarde de música de cielo y letras. 

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