naturalezas

Ayer vi morir a un hombre bueno. Ocurrió a media tarde, en la mitad de mis quehaceres. Era un hombre mayor con el que no había tenido relación, pero era padre y abuelo de compañeras del trabajo. Tenía cara de buena persona, se comportaba como una persona buena y por lo que sé de los que sí le conocieron, lo era.

La situación inesperada y tan triste me condujo a un resto de tarde bastante reflexivo. No me dio por pensar en la muerte y la vida, sino en la naturaleza humana. Una naturaleza que nos va preparando para todos esos momentos cruciales en los que las cosas cambian.

Cuando era jovencita no quería ni oír hablar de los muertos. Murieron tres de mis abuelos y otros familiares muy cercanos y yo fui incapaz de asumirlos sin vida. No quise verlos. En algún caso hasta huí de la enfermedad que se los llevaba. No estaba preparada para el deterioro, el dolor, la pena ni el final.

La primera vez que me atreví a enfrentarme con un cuerpo sin vida ya pasaba de los treinta. Ahora no siento ni de lejos morbo por la muerte, pero no me afecta como entonces.

La reflexión de ayer se debe a la naturalidad con la que poco a poco voy asumiendo que la vida muere. Y a creer que es nuestra propia naturaleza la que nos va acercando a ese momento, justo cuando las posibilidades de enfrentarnos al mismo directamente aumentan.

Este pensamiento se unió a otro que barrunto desde que fui madre. No sólo el cuerpo se prepara para el momento del alumbramiento, también lo hacen elementos menos físicos -por ejemplo- los brazos (que aumentan, junto con el cuello para poder sostener con garantías el peso del bebé). Cuando va llegando el momento, las futuras madres dejan de dormir. Se despiertan por la noche varias veces. Para mí es evidente que es un proceso natural de plena transición a las noches en vela que vienen.

El cuerpo y las rutinas se van amoldando de manera natural al cambio que van a experimentar.

A estas reflexiones se unió una última antes de la cena. Mi trabajo actual (recuerdo que soy concejal en un pueblito de la sierra de madrid) conlleva muchas cosas buenas y un buen montón de maldades. De las buenas me quedo con la humanidad. Desde que trabajo por mejorar lo que me rodea, siento los problemas de las personas mucho más míos. He pasado del individualismo extremo del trabajo en una empresa en Madrid, con sus proyectos, clientes y dividendos a una vida en la que la relación con las personas que viven en mi entorno me está aportando momentos inolvidables.

Momentos buenos y momentos malos, que en cualquier caso me están ayudando a convertirme en mejor persona.

Estoy desarrollando sentimientos preciosos, que me generan mucha más felicidad que cualquier captación de clientes o aumento de capital. Hablo con mucha gente. Comparto jornadas buenas llenas de risas y compañerismo y momentos no tan buenos, como el de ayer, pero que serenan el espíritu y también son de mucho compartir. Sentir que eres de ayuda, que eres parte de una comunidad. Sentir que un abrazo puede más que un business plan se me antoja un gran trabajo.

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