otro día sin yoga

Me aprietan los pantalones. La sentada de gran parte de la mañana no le viene nada bien a mi pobre circulación y el sol me transporta a los paseos playeros que daría si no viviera en la montaña. Espero impaciente la reunión de las cuatro. Una reunión pedorrísima que no me apetece. Así es este trabajo. Une proyectos ilusionantes con momentos singanas. Como todos, supongo. Sólo que los ilusionantes ilusionan de verdad.

Esta semana es lío. Reuniones y sábado de carnaval. Lo del carnaval implica el extra de las cosiditas, que es eso que hago con una grapadora para que mis pins lleguen el viernes al cole de muñeca y luchador de sumo, para qué vamos a andarnos con tonterías.

Hace unos días me compré el poemario de Alejandra Pizarnik. Me está gustando. Y hoy he recibido el primer paquetito de torremozas. Incluye tres libros: dos de poemas y uno de relatos. Cuando los lea, si ape, ya los cuento.

Preveo una tarde bastante tranquila, acorde al sueño brutal que arrastro desde el... desde ¿cuándo? ni lo sé. Por la noche hoy tengo regalo. Los pins duermen con mami . Y eso es un me gusta grande y mucho.

Estoy deseando que termine esa reunión de dentro de un rato para meterme en casa como un caracol. Poner la calefacción a mi bastante tropical temperatura ambiente, musiquita, recoger y empezar con el traje de C, merendar, enceder la guirnalda en cuanto oscurezca, acariciar a gato si es que se digna a volver y trabajar en un par de cosillas que tengo en marcha y siguen madurando.

Feliz y eso, pero lo sería más en la playa a cuarenta grados, en chanclas. Qué palabra, ¿verdad? Chanclas. Bocachancla. Bocabuzón. Cajafrutas.

Lo que os digo, que vivo en sueñolandia y se me cierran los ojos y se me atasca la máquina de pensar.

Luego si eso, más.

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