lo que no puede ser no puede ser

Y no puede ser que yo me transforme en eso tan antiguo del ama de casa. Vamos, que he pedido un aspirador a los reyes (magos, que ya sabéis que son los únicos que me permito) y en el mismo estreno me he liado los pies con los cables que total, lo he dejado para luego.

Llevo más de un año con miniescoba, que es una escoba que se quedó sin palo y me obliga a quitar las pelusillas doblándome sobre mí misma. Todo glam. Y ahora que por fin me industrializo, voy y hago un adorable ridículo de maraña de cables, tacos y pantorrillas.

Por lo demás -una vez abandonadas las killer armas en una celda sin luz- bien, de resaca de ayer, tan lleno de regalos, idas y venidas.

Ahora ando descansando, en ese tiempo a la espera de que suene un timbre y mis pins. A partir de entonces, me temo la locura de usar todos los regalos de ayer, de gritar (fijo), de que se me olvide la cena, de no saber cómo demonios enchufar eso al televisor, de las duchas, de acostarles, de quedarme mañana dormida fijo, de inflarme a chocolate por la ansiedad que me genera la vida en el desorden, de comienzo -por fin- del nuevo año, que retoma con pereza las rutinas y tiempos del anterior.

Todo parece indicar que esta noche los pins dormirán en sendas tiendas de campaña que -un poco sin pensar en serio las consecuencias, la verdad- los reyes les han dejado en casa. Unas más bien cabañas que fueron proyectadas para su uso exterior, pero que el frenesí del día abrió en el salón.

Y dejó montadas en el salón.

Con almohadas y eso, que hoy me he asomado a mirar...

Dejo de pensar en el futuro más cercano, que me tenso. 

De hecho, me voy a duchar. A ver si el agua caliente me relaja de aspiradores, reyes y cabañas.


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