i did it my way

Una de las consecuencias de ir viviendo a mi manera es haberme saltado gran parte de las clases de orientación a la vida adulta, en particular las relativas a la casa: cómo convertirla en un hogar armonioso. Y ésta es la reflexión de hoy, al hilo de la tarde de ayer, que podéis imaginar lo menos parecido a la de la mujer típica americana de los años cincuenta, todo muy colocado, taconcitos y cupcakes.

Ayer fue mal. Y fue mal desde el principio. Un desorden de día desde el maldito toque de diana. Reuniones que sí, reuniones que no, deambular -esa horrible costumbre que me ofusca en los días no- y oh oh tarde con pins.
 
C que se va a hacer un trabajo a casa de una amiga, M que pasa de mi persecución deberil. Y yo con la ansiedad del que se saltó la clase y no tiene base sólida sobre la que asentar la puesta en marcha del engranaje.

C que a las siete no ha acabado y vuelve a las ocho con deberes que aún no, M entre sus gruñidos y mis silencios (comprobada empíricamente su efectividad sobre la amenaza) que se decide a abrir el libro y yo con la noche encima a hacer sus cenas, para mí he planificado algo más sin carne of course.

Cenan entre libros, lapiceros y cuadernos. Aparta la camiseta de aquí, retira los legos de la silla, amontona ese montón de no sabemos qué al fondo de la mesa, busca un sitio para los platos y voy a hacer mi cena rica ja fuego en la cocina.

Pins emocionados con la noticia que exagerarán mañana ayer-se-incendió-mi-casa, gambas que decoran el suelo y las paredes, desánimo de no voy a llorar y mierda sí, hamburguesa desesperada con mucho ketchup. Pero con mucho. Y la carne medio cruda. Tres hurras por la ansiedad.

Y a la cama en vaqueros. Total ya, para qué más esfuerzos.

Pero bien, eh.

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