con mis pins

Estoy contenta. Ayer conseguí transformar la apatía y enfurruñamiento de mis pins en ilusión y una gran tarde de mucha conversación a tres.

Cuando viven conmigo somos perezosos. A ellos les gusta casa y a mí me gusta remás, así que si no fuera por algunos impulsos repentinos, viviríamos a lo topo, calentitos en casita, de hibernación permanente.

Hemos pasado un fin de semana pues eso, topo, y ayer tomé la decisión de llevarles a ver la expo de Pompeya, ya os dije que era un must. Preparé unos sangüichis (lo de la improvisación es lo que tiene) y los metí en el coche con cara de madre muuuy pero que muuuy paciente, con media hora por delante para hacerles cambiar su cara de no por ganas de ver.
 
Y vaya, lo conseguí. Les hablé de mí a su edad, una vez enterada de la existencia de la ciudad, excavando en el jardín de El Campito, de la importancia del descubrimiento de Pompeya, de cuánto me gustaría contemplar un volcán en erupción. Les dejé hablar de sus proyectos exploradores y de mitología, que es algo muy importante en la vida actual de M, de cuánto les gustaría contemplar un volcán en erupción.

Y así llegamos, hablando por los codos y entusiasmados y felices y eeyyy! lo segundo que se ve al entrar (lo primero es una fuente) es una pantalla con un volcán y cenizas y lapilli y piedra pómez y lava y pufff todo cayendo sobre una ciudad y sí, no dejaron de disfrutar ni un segundo. De la expo, de la tarde, de la merienda, de la cena. Sin dejar de hablar de lo que habían visto y de tooodo lo que les sugiere.

Yo les conté Pompeya (la de verdad), el Vesubio, el trenecito que lo bordea, las ruinas, las casas, las pinturas, las esculturas (por cierto, que verles troncharse con lo del culto a priapo me hizo mucho reír). Les conté Herculano, el mar. Hablamos de Plinio el Joven. De cómo sabemos el nombre de la ciudad si todo fue destruido. De Bulwer-Lytton y los últimos días de Pompeya, que guardo como un tesoro.

Ellos están decididos a que exploremos el crater de un volcán.

... estoy en ello.

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