más revival

El otro día me contaron un cuento inventado. Tener 38 y ganas de escuchar un cuento es formidable. Al menos a mí me lo parece. El cuento terminó siendo una delicada historia de amor y tengo la intención –la semana que viene- de pasarla a papel.

Me encantó la experiencia (i) en sí misma y (ii) por la posibilidad de volver a miniyo, cuando le pedía a mis tías (esta parte de infancia es muy compartida con meteorólogo) que nos contaran cuentos inventados.

Me gustaban mucho más los inventados que los de toda la vida.
Eran únicos. Fueron únicos. Y la verdad es que me transportaron –supongo que gracias a la paciencia de las tías (Angelita y Mamen, cada una de una familia y cada una en su estilo)- a muchos lugares especiales.

Era gracioso quedarse prendada de un cuento y pedir que lo contaran de nuevo y no entender por qué las cosas no eran iguales. Los niños –me he dado cuenta con los pins- machacamos las historias que nos gustan. Las exprimimos casi hasta memorizarlas. ¡Qué digo! Las memorizamos. Que me lo digan a mí, tan fan de El libro de la selva gracias a C.

Luego nos obligan a ser mayores y la cosa se riza un tanto. Y a las pruebas me remito: ser mayor es un timo.

Aunque tenga el lado bueno de haber vivido en pequeño y un día puedas acurrucarte, entrar en calor y ¿me cuentas un cuento inventado? cerrar los ojos y entrar en el mundo de las lunas de cristal.

Comentarios

Óscar ha dicho que…
Me gusta esta entrada..., porque los cuentos inventados o no, de pequeños o de grandes, son reflejo de un mundo normalmente más bonito o cuanto menos más interesante, y si tienen lunas de cristal seguro q ya ni te cuento no? :)

Molando voy

Las buenas acciones y sus consecuencias

hablar

frases de pared