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Es evidente que con el otoño se inicia una etapa que invita a la introspección. Ya no apetece tanto la calle. Fuera llueve, hace frío, la luz es gris y en las casas calentitas tenemos tés y mantitas.

Y ahora qué. Los ratos de estar solos qué. Las tardes de domingo qué. La lluvia qué. Los hijos qué.

Muchos recurriréis a la tele o a la wii, yo reivindico mis manos. Aunque lo cierto es que tampoco las desprecio en las largas tardes de verano.

Vivimos una época veloz. Todo corre. Todos corremos. Compramos pan y yogures por invertir nuestro tiempo en un centro comercial, en criticar, en enfadarnos, en perderlo, en creer que vivimos, en atascos, imaginando que solucionamos a medias el mundo.

Y nos perdemos la serenidad de crear.

Hacer un pan o un yogur y comerlo y que nuestros hijos coman algo elaborado con paciencia y amor es algo que perdura. Que nos hace mejores.

Hacer un colgante, en vez de comprarlo hecho. Envolver un regalo con imaginación. Poner algo nuestro en la mayor parte de las cosas que hacemos a diario. Pensar en la trascendencia de nuestros actos, en su repercusión en lo que nos rodea. Querernos y aprender a querer a los demás.

Vivir, en definitiva, no dejarnos llevar.


Hacer cosas por nosotros mismos, con nuestras manos, nos ayuda a ser mejores personas.


Aprovechad el otoño para empezar.

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