gato

Mi calle es el país de los gatos callejeros y yo, que soy tan chuli, he metido en casa a miau, un gatito monísimo y burgués, que dé un toque de distinción al barrio. Vale. Lo de la clase media se me ha ocurrido esta noche de no dormir -ahora lo cuento- que la verdad de la buena es que miau llegó porque yo siempre quise tener un gato y en esta nueva vida que luzco con tan poca gracia -por fin- cabía.

Miau es pequeño y de momento nos estamos amoldando todos a la nueva situación. Es guapo. Es cariñoso, suave, un auténtico trasto, un maullador muy pesado que me persigue constantemente. Cuando le cojo le gusta y entre nosotros, creo que me quiere. Gato es una gran compañía en los enoooormes momentos de estar sola, una bolita que ahí está ...mirándome cuando abro la puerta.


Esta noche he estado valorando la posibilidad de ponerle un collar y de ahí a convertirle en el señor feudal del país de los gatos callejeros -os podéis imaginar- el camino ha sido corto. Lo del collar no sé si acaba de gustarme. Por una parte gato es silvestre, un animal que está conmigo por esas cosas de la vida y enrollarle un trozo de cuero al cuello porque es mío no sé si es justo. Por otra, si el trozo de cuero es trendy y de un color que pegue con sus ojos... ¿por qué no?. Compartir en una sola cabeza la dualidad naturalismo fashion genera unos problemas definitivamente tremendos.

El caso es que me he inventado una historia a propósito de sus paseos nocturnos del próximo verano, con su collar fardón, por esta calle que es un país de gatos callejeros. En mi historia, gato es el héroe, claro. A ver si me pongo y sale algo gatunamente digerible.

Por lo demás bien, de sábado extraño, con gato sentado encima de mí, escribiendo, escuchando música y con mucha pereza. Hoy no puedo, pero el cuerpo me pide día del pijama. A ver si mañana...

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