reflexiones airadas (I)

Hoy he estado pensando en esa parte terrible de las relaciones en la que las personas dejan de ser personas para pasar a formar parte de un conjunto. Yo quiero negarme a que la convivencia me haga perder mi individualidad.

Esto lo tengo muy claro en la cabeza y creo que pasarlo a máquina le va a quitar inteligencia al desarrollo del tema, pero es muy simple.

Yo soy feliz, bailo, canto, leo, escribo, compro comiditas, las cocino, limpio mi casita, me visto y no me gusta y me cambio la ropa y dejo la primera elección tirada en la cama de cualquier forma (demonios, es mi ropa y hago con ella lo que quiero ¿no?), salgo, entro, hoy no me puedo levantar, hoy no hay quien me acueste, hoy me alimento de natillas de chocolate, hoy suena el despertador y uf mejor llamo y digo que me he caído.

De repente me enamoro y todo se llena de música y de colorines y lo de antes se eleva todo a una potencia colosal. Esta parte es buena. Muy buena. Estar enamorado es formidable, pero de eso escribiré en otra ocasión, ahora estoy con el postamor, ese usurpador de personalidades. Porque ese día llega y quien diga lo contrario miente.

Ese día en el que no te dejan ser feliz bailando, ni cantando, ni leyendo, ni escribiendo, ni comprando comiditas, ni cocinándolas, ni limpiando, ni dejando la ropa tirada en la cama de cualquier forma (demonios, es mi ropa y hago con ella lo que quiero ¿no? pues no, en el postamor ya no), saliendo, entrando, levantándome, acostándome, engordando a base de natillas, mintiendo para no ir a trabajar.

Yo nunca he entendido este cambio. Creo que se fundamenta en un ridículo sentimiento de posesión hacia la persona que tanto ha ocupado nuestros sueños. Ya estás aquí, ya te tengo, ya eres mí@. Pero es que yo no soy de nadie y no quiero ser de nadie. Quiero hacer lo que me da la gana. No tengo que dar explicaciones. No me apetece cenar, carajo y si has hecho la cena peor para ti, haber preguntado antes. ¿O es que tengo que cenar porque tú has decidido que tengo que hacerlo? Y si es así, ¿en qué momento perdí la capacidad de decidir lo que quiero hacer? Y ya que tengo 40 años (aquí me estoy martirizando un poco, vale) qué si me quiero inflar a bollicaos ¿no es mi maldito problema? Que yo soy yo. Que yo no soy tú. Que yo no soy mis hijos. Que yo soy libre de hacer lo que me apetezca con mi vida. Aquí lo de los hijos abre un paréntesis. Son pequeños, hay que ayudarles a crecer, hay que darles seguridad y eso nos ata sobre todo a los lugares. Pero estar atado a un lugar es llevadero. Lo complicado es estar atado a una vida que no es la tuya.

Nada es definitivo. Nadie es de nadie. Seríamos mucho más felices si tuviéramos la tranquilidad de vivir... y ya, de disfrutar de los buenos momentos, de no perder el sentido del humor, de no utilizar esas dos cosas tan terribles que son la culpa y la pena para chantajear a las personas que nos quieren, para hacerlos más nuestros, para atarlos. Lo decía el otro día, ser mayor es un timo y el amor una mierda.

Bueno vale, esto último me lo estoy pensando.

Comentarios

Óscar ha dicho que…
Real como la vida misma!!! ;)

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