la barbacoa (I)

Y al final... ¿cuántos van a venir?

Mmmm.... no sé, unos veinticinco... contando con los niños veintiocho o veintinueve.



Dice que unos treinta

Ah



¿Estás de broma con lo de treinta?

Pues no.

Tienes claro que yo me voy, ¿no?

Pues vale.

Y así es que mañana tengo barbacoa en el jardín.

La semana pasada -en previsión- corrí a comprar platos y vasos y cosas chulas y de colores, porque a mí me encantan las fashionadas hasta para comer. Y hoy he ido a casa de mi tía a por una mesa porque -vienen treinta, lo sé- mi jardín no tiene dónde asentar la comidita. No me importa, la verdad. Somos agropecuarios y en cualquier rinconcito nos dejamos sentar y además es más diver todos por ahí tirados, en plan guay.

Ahora debería estar poniendo farolillos o algo, pero el día ha sido largo (es más, la semana ha sido muuuuuuuy larga) y lo que me apetece son unas natillas de chocolate, un rato de escribir (me temo que es éste, no doy para más), otro de leer y el inigualable de cerrar los ojos y dejar que los malos rollos tomen forma de pesadilla en appletrees.

Con suerte, mañana me despertaré antes de que empiecen a llegar los invitados y podré recibirles llena de glamour (pienso lucir pamela). Con menos suerte, sonará el timbre, me caeré de la cama, me haré la loca cantando por alguna ventana trasera el ahooora saaalgooo, despertaré a los pins con urgentes vamosvamosvamos vamos vaaaaaamooosss que ya están aquí y abriré la puerta con la derecha mientras me abrocho con la izquierda el pantalón, me recojo el pelo, saludo con entusiamo y lleno de leche un par de vasos.

Pero basta, que estoy anticipando situaciones que pueden no pasar y agobiarse por lo que no sabemos si va a ser es tontería.

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