el día más largo

empezó a las siete de la mañana en casa de Aurelio, con una reunión de valientes dispuestos a desayunar en condiciones para aguantar sin desmayos hasta la madrugada.

El día más largo fue por supuesto ayer y para evitaros el mal trago de leer esto hasta el final sí, ganamos las elecciones. No con mayoría suficiente para gobernar en solitario (quién sabe si para gobernar), pero en un pueblo de la sierra de madrid los progresistas lo hemos hecho tan tan tan bien que hemos sido la fuerza más votada, consiguiendo además ampliar el respaldo de nuestros vecinos con respecto a todas las elecciones anteriores.

Dicho esto, paso a contar la jornada, que fue un horror.

Bueno no, antes tengo que agradecer a todos mis compañeros su apoyo, sus sonrisas, su buen humor, los momentos que hemos vivido, los que nos quedan, los abrazos, la complicidad, la confianza, que estemos tan unidos, esos bizcochos, su generosidad sin límites, sus cabreos, que me dejaran libre la mañana de mi cumpleaños, que tengan tanta capacidad de trabajo y tanta, tanta ilusión.

Ahora sí, paso a confesaros que no le deseo a nadie una experiencia como la de seguir unas elecciones en un colegio electoral cuando es tu carita (bien mona, por cierto) la que cuelga de las farolas.

Como escribía, desayunamos con fuerza, los que pudieron hacerlo porque -entre nosotros- yo me comí un trocito de bizcocho, que se me quedó en el esófago hasta bien entrada la tarde. De ahí al cole (que era el polideportivo) a esperar.

A esperar que abrieran las puertas.

A esperar que las mesas se constituyeran.

A esperar el inicio de la votación.

A esperar las estadísticas de participación.

A comprobar que candidaturas rivales estaban trapicheando con votos (sí sweeties, Manzanares se caracteriza por un caciquismo histórico del que no sabemos desprendernos).

A esperar la hora de ir a comer.

A esperar que no lloviera.

A esperar que el atasco nervioso en el esófago no me hicera vomitar.

A esperar las ocho.

A esperar la apertura de las urnas.

A esperar los primeros resultados.

Y los segundos.

Y los últimos.

A esperar que la cara no fuera el espejo del cerebro en ebullición.

Esperar tanto en tan poco tiempo genera una especie de presión interna que (i) paraliza el cuello, (ii) congela el gracioso gesto “sonreid y saludad” y (iii) contrae el estómago hasta límites insospechados.

Una vez todo en orden y con la pena de los 14 votos que hubieran cambiado muchas cosas, nos permitimos los únicos momentos de compartir caras largas, porque tenemos mucho que hacer y no podemos perder el tiempo en compadecernos por lo que podría haber sido: arrasar, sin ese voto de castigo tan mal entendido.

Llegué a casa cerca de las cuatro de la madrugada, más bien mareada, cansada, ¿decepcionada?, orgullosa del trabajo que hemos hecho y francamente feliz por formar parte del mejor grupo de personas que ha dado esta aldea gala de la sierra de madrid.

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