much ado about nothing

Llevo un par de días con este mucho ruido y pocas nueces en la cabeza, preparados listos ya y nada, no arranca, así que lo pongo aquí de título para darle algo de vidilla y me dedico a contar mi día veintinosécuantos de abril, que sin ser especialmente festivo, no ha estado mal.

Como hasta mañana no hay cole, he disfrutado del último despertar mágico. Habitualmente mis mañanas son de espanto. Dicen que tener pins es preciosísimo, pero hay momentos -y las mañanas son uno de ellos (hay más)- en los que yo cambiaría a los míos -no sé- por unos platos hondos (1).

Abro paréntesis
: la parte buena es cuando llegan las vacaciones y vivo mañanas de una felicidad imposible. ¿Qué puedo decir de esos tres días en los que me desperté sola, deambulé de aquí a alla, desayuné sin voces, no repetí el vamosvamosvamosquellegamostarde ¿es que no me oíssss? ¿se puede saber a dónde vas ahoraaaaa? ¿quieres meterte en el coche de una maldiiiita vez?Cierro paréntesis.

Total, que después del último desayuno unipersonal... a trabajar, feliz con las emociones éstas de las últimas horas. Nada nuevo hasta las tres, hora en la que el cielo pasó del azul al plomo en cosa de segundos y del plomo al granizo brutal en menos. Vuelta a casa, comidita, recogiditas, compritas de yogurines y vuelta a la ofi, que en mi caso es ayunta. Más de trabajar, intercambio de noticias (2), vuelta a casa y C. con fiebre.

De ahí hasta hace un rato, nada original. De hace un rato en adelante sentadita me tenéis, con mis historias y con mis planificaciones caca (en lo de comer bien + ejercicio no me entretengo, que luego todo se sabe).

(1) En realidad es preciosísimo y, entre nosotros, no los cambiaría nunca por nada.

(2) Yo le cuento a S mis novedades ocupacionales y él me cuenta que se casa (una pena, chicas. Una pena).

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