vértigos de esos

Ayer por la tarde compartí con C el viaje en coche más asombroso de mi vida. El trayecto era fácil, volvíamos a casa de nuestras cosas.

- ¿Puedo poner esto?
- Sí, claro. ¿Qué es?
- Perlas ensangrentadas
- ¿la de Alaska?
- Sí, ¿la podemos poner muy alto?
- ¿Bromeas? Estás hablando con la maldita reina del car scream, y

En no llegó a dos segundos C se transformó en una C desconocida. Se revolvía con espasmos dinarama ahora arriba ahora abajo miro a la izquierda miro a la derecha y con los brazos hago así. Al principio me debatía entre mirarla sin piñarme con el coche (aquí tuve que usar mucho el reojo) y luchar por mantener mi título ése del scream. Al final paré el coche en mitad de la calle (las cosas buenas de vivir en un pueblo) y me dejé llevar con la boca abierta de par en par.

Definitivamente es mi viva imagen, pero hasta ayer nunca lo hubiera dicho por su sentido del ritmo.

Me gustó mucho verla tan entregada a la música, tan cantarina y tan feliz, pero reconozco que me aterra esta faceta dancing queen (i) porque ni siquiera tiene 10 –qué va a ser de mí a sus 15- y (ii) porque –y esto es más de lo mismo- ¿dónde está mi bebé?

Ayer sorteé la angustia con soltura. Me acosté con ella que es algo muy antimadre, lo sé, pero qué carajo, no nos deben quedar muchas noches compartidas de sueños de nubes rosas... Durmiendo todavía tiene esa carita chiquitita y suave y redondita de bebé y sonríe cuando la abrazo muy fuerte y le digo muy bajito que es mi sol.

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