"Zumbaba el gran silencio de las dos de la tarde"

Sé que mis palabras no llegarán a los ojos de las personas que ayer pasaron a formar parte de mi historia. Aún así, las escribo pensando en ellos con toda mi admiración y una gratitud que abarca el mundo entero.

Llegué pasadas las nueve de la mañana y salí cerca de las diez de la noche con la sangre renovada, gracias a una persona que un día se levantó y dio un poquito de sí para que otra mejorara su condición.

Afortunadamente yo estoy bien, y la transfusión de ayer fue una especie de inyección de vitaminas que no supone diferencia entre vivir o morir, pero a miles de personas el gesto solidario y tan valioso del que regala sus órganos les ofrece una oportunidad única de sonreir.

En mi caso, espero poder hacerlo pronto con la fuerza que hasta ahora me ha faltado. Me impresiona pensar (y desde ayer lo hago con frecuencia) en la sangre que da vueltas ahí dentro, que ya no es sólo mía y que ahora debe ser fenomenal, no sólo porque me haya disparado la hemoglobina sino por lo reconfortante que es compartir plaquetas con alguien (que tiene que ser) tan especial como el que las ha donado.

También forman parte de la historia las médicas y l@s enfermer@s que me atendieron y que me cuidaron cuando la cosa se puso fea, que se puso (soy tan impresionable... estuve malísima, me bajó la tensión hasta desaparecer, hiperventilé, el pulso ¿qué es el pulso?, se me paralizó la mano derecha y un sinfín de penalidades a las que daré salida en otra ocasión. No llegué a oir las palabras clave “el desfibrilador”, pero me sentí en tan buenas manos que tampoco me hubiera importado (además, hubiera quedado súper súper glamouroso, ¿no?).

También debería agradecer a Francisco Umbral que se dedicara a escribir. No olvidaré las dos lecturas que me dediqué ayer de Balada de gamberros, llena de frases e ideas tan brillantes que bien querría para mí.

Y ahora que he escrito estas gracias que guardaba desde ayer en la cabeza me voy a acostar un rato porque estoy un poquito cansada.

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