Un viernes laaaaargo

Ayer tuve una tarde de una intensidad intelectual/cultural bárbara y -no podía ser de otra forma- cuando llegó la noche dí vueltas y vueltas en busca de un sueño que llegó ya de madrugada. Tanto trasnochar me ha hecho despertar al glorioso estilo caming, que es el puenting que hago desde la cama cuando “diossssssssssss, que no llegamos”.

Al final todo se ha arreglado con un desayuno birrioso y un retraso de apenas dos minutos, pero el día no había hecho más que empezar.

Ahora que está en las últimas me acuerdo del terrible dolor de cabeza que he empezado a sentir sobre las tres. He llegado a casa en un estado tan lamentable que me he metido en la cama mientras C&M campaban a sus anchas por la cocina. Las persianas bajadas dejaban entrar la luz de la tarde a rayas y he cerrado los ojos hasta que me ha parecido que ¡a las seis llegan!.

Y a las seis han llegado. Mi familia ha venido a verme en una apresurada jornada postcumpleaños. Hubiera querido celebrarlo por todo lo alto pero, entre el tiempo que no tengo y la migrañaquearaña, la celebración ha sido por toda la mitad (con rotura de riedel incluida, ohhh).

¿Lo mejor? El supervestido que me han regalado. ¿Lo mejor lo mejor? Este ratito de escribir en la cama con la ventana abierta, que me trae la brisa de la noche, la luz más tenue y el silencio del corazón.

El dolor de cabeza desapareció, mañana no hay despertator y no tengo nada más importante que hacer que dormir, tal vez soñar.

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