Las buenas acciones y sus consecuencias

Me he encontrado un teléfono fenomenal, de esos que funcionan con un lapicerito y llevan incorporada una cámara de fotos para que el señor K levante la cabeza. De naturaleza amable, yo, he hurgado hasta dar con el número de la casa del propietario/a y le he llamado.

El teléfono era de Sil, pero en casa estaba Gordi que en un pispas se ha calzado las botas de siete leguas para aparecer en mi puerta al más puro estilo canadiense, sobre-embufandado y eso. Todo glam, gordi.

Desde que hablé con él hasta que finalmente nos conocimos (“voy de rojo”, le he dicho, “y llevo flores en el pelo”, eso no pero por poco) han pasado unos minutos en los que he evolucionado desde la curiosidad hasta la “literatura” -para que nos entendamos- y en ella me he quedado tras el fugaz encuentro, pensando en las alternativas de futuro más interesantes para Sil y Gordi, y -por qué no- para una primera persona, más o menos yo.

En la línea catastrofista de mi último lustro, lo que más me va es que Sil se deshaga del teléfono harta de gordi y con el futuro puesto en ¿un avión?. La devolución del aparatito pone en marcha la pérfida mente de gordi el torturador, que consigue impedir el despegue -aún no tengo claro si con sangre o sin sangre.

También puedo cambiar a gordi por orlando (bloom), que seguro que es vegetariano, y crear una estupenda historia de amor entre el despechado marido de Sil (una bruja de las de berruga -aún no sé qué vió en ella, en serio) y la bondadosa verónica-voy-de-rojo.

Puede ocurrir que a Sil la secuestrara esporas el terrible y en la encarnizada pataleta previa al maletero ella tirara el teléfono en un desesperado intento de no caer en el olvido. Al recuperarlo, G consigue encontrar -con la ayuda de dos jóvenes becarios del csic, donde trabaja- la combinación para abrir la caja de los sentidos.

Las posibilidades son múltiples y aún no he desayunado (lo sé, es fantástico no trabajar). Prometo dar tiempo a todas las que surjan y palabras a la elegida.

Os iré contando.

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