El día del padre...

… se celebra puntualmente cada sábado en la piscina del pueblo de al lado. No sé si hacerlo coincidir con cierta expiación de culpa por la desgana semanal en la atención al hijo o si se trata de una imposición más mujeril del tipo mejor-vas-tú-y-así-aprovecho-yo-y-hago-la-comida-no-olvides-traer-el-pan.

Votaría por la alternativa uno -sin dudar- si no fuera porque las madres autóctonas son bastante bastante bastaaaante ¿antiguas? y me pega que se relacionen con el hombre de macho a mari.

A lo que iba. Entro en el vestuario infantil (se advierte mi anacronismo vital) para encontrarme sin sitio en el que colocar nuestra única bolsa. Supero mi primer instinto de echar a correr y empujo con entereza montones de ropas mojadas y secas. En un abrir y cerrar de ojos C&M están listos y cogen sus complementos (gorros, gafas, zapatillas de agua, toallas, ay). Los pobres se sienten abrumados por el descontrol, y no se dan cuenta de que les empujo con cariño hacia la puerta que -por fin- les saca a la piscina.

Se cierra la puerta. Respiro con resignación. Me giro. Veinte padres sudorosos arrodillados hacen lo que pueden con sus niñines. Los hay que dicen cosas tan modernas como y tu culo un futbolín. Otros no saben cómo funcionan los bikinis de sus niñas (eso sin contar con los muchos que visten a sus bebés con ajustados trajes de neopreno ¿?). Los más han perdido alguna prenda y les toca cagarse en la madre del niño -claro- que es que no ha metido el gorrito de los cojones-papá-lo-tienes-en-la-mano.

Uno a uno, los niños pasan a mejor vida y uno a uno, los padres regresan hundidos al campo de batalla.

Por supuesto no me quedo para ver cómo se organizan (lo mismo un día que lleve mi cuaderno de notas), pero cuando regreso -una hora después- les encuentro desparramados por los banquitos blancos, dos o tres bolsas por cabeza a sus pies.

Hoy no tenía fuerzas para el segundo zafarrancho (que es peor... quitar los trajes de neopreno mojados les irrita cantidad), así que he trasladado mi bolsa al vestuario de señoras, más cómodo para mi logísitica, que no para mi salud mental (mamá-mamá-mira-QUÉ-tetas, mi angelito ha hecho un asombroso descubrimiento: existen tetas gigantes y colgonas).

Luego he ido a comprarme un libro que son cuatro (me lo merezco, en serio): Una danza para la música del tiempo (primavera, verano, otoño, invierno), de Anthony Powell. Tiene buena pinta, así que me pongo ahora mismo a ello.

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