Para variar

Definitivamente he enloquecido.

De otra forma, no me explico que haya vuelto del pueblo con un precioso -o sea- delantal. ¿Para qué quiero un delantal? me he preguntado nada más cerrar la puerta. Aún lo ignoro. Eso sí, lo llevo puesto, por si se me ocurre de repente la utilidad que demanda.

Además, estiliza bastante mi ya de por sí emocionante figura, me aporta un aire de sofisticación doméstica que no me disgusta y resulta muy muy práctico, con su bolsillo delantero (ideal para guardar retales de fieltro).

Lo que os decía.

Había pensado escribir sobre la repercusión de la crisis de valores en el florecimiento de los centros comerciales, pero (i) tenía que contar lo del delantal y (ii) el fieltreo post pueblo ha resultado tan relajante que prefiero darme un baño, así que otro día menos naif le doy vueltas a la idea.

Por lo demás, de lecturas estoy poco fantástica. Exceptuando Expiación (Ian McEwan, me ha dado por abusar de la literatura británica contemporánea), estoy centrada en el proceso y leo cosas tan extravagantes como Gramática de la fantasía (Rodari), Morfología del cuento (Vladimir Propp), Cuentos breves y extraordinarios (Borges y Bioy Casares) o Escribir es vivir (Sampedro). Siento no ser más comercial, pero hoy es lo que hay.

¿El cd del día? he tenido una mañana bastante pop (es el sol) y he bailado varias de Julieta Venegas. Durante el resto del día y la noche más jazz.

Y al agua patos.

¿Perderé mis poderes si me quito el delantal?

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