Ayer me sucedió una cosa formidable.

He pasado el fin de semana y parte de la semana anterior escribiendo una historia que comienza con una reflexión de la protagonista mientras mira a través de una ventana.

Bueno, pues ayer tenía que asistir a una reunión con un potencial cliente. Llegamos a las oficinas, nos metieron en una sala de reuniones (increíble la alfombra, pero increíble) y –muy en mi línea- me dirigí con paso mullido a la ventana. Me fijé en la zanja y en unos bocadillos olvidados encima de un palé. Todo en el suelo. Sin excesiva prisa fui alzando la mirada para estrellarme de lleno con la MISMA VISTA que mi chica. LA MISMA.

¡Estaba en la ventana de mi protagonista!, mirando el banco, la bandera, el kiosco. No me caí porque tenía los zapatos bien anclados en la alfombra, pero no pude reprimir una exclamación sonora del tipo.

- Joder Juan, no te imaginas lo que me acaba de ocurrir.

Juan es Juan y jefe y –con todo mi cariño- tiene la sensibilidad de un espárrago. O sea, que sería la última persona a la que confiaría mis quehaceres literarios. Pero en ese momento era la única.

No le afectó más allá del “¿que estás escribiendo qué?” y pude volver a mi rápida inspección ocular. Me dí cuenta de que me faltaba el árbol y empecé a fijarme en la sala.

No voy a incluir los detalles en la historia, pero creo que conozco mejor a mi chica.

Comentarios

eva ha dicho que…
Mooooula

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